jueves, 22 de marzo de 2007

Simplemente Thymn


Aquel insólito nueve de septiembre quedó para siempre enmarcado por una maraña de absurdez y peculiaridad. La mañana me sorprendía en Varsovia, rezando un padrenuestro frente a la tumba de Ludoviko Zamenhof, creador del esperanto. Todo un atrevimiento para una persona que después tiene el morro de asegurar que es agnóstica (uno nunca termina de conocerse a sí mismo) Más tarde, buscando los restos del muro del gueto, conseguí indicar con un polaco bastante decente a una pareja que me preguntaba como llegar al centro de la ciudad (uno nunca acaba de confiar en sus posibilidades hasta que se choca con ellas de bruces) Justo antes de coger el tren que me devolvería a mi cotidianidad me refugié, arropada por un menú Big Mac*, a la sombra de un Mc Donald’s (símbolo cumbre del capitalismo donde los haya) desde el que podía contemplar de frente el Palacio de Cultura y Ciencia (símbolo cumbre del comunismo estalinista en Varsovia).

Aquel día echaba de menos mi casa. Llevaba un par de días vagando sola por la ciudad y la urgente necesidad de hablar con alguien que me había dominado al llegar, se había transformado tanto con el paso de las horas que en el instante en que se dirigió a mí, sólo quería evadirme y sentir que estaba en casa, en mi casa, en mi Madriz (con zeta). Él me abordó en el tren nada más verme. Se llamaba Thymn, tenía pecas, una sonrisa preciosa y un acento de Boston la mar de gracioso. Estaba empeñado en hablar conmigo, pero yo tenía el día tímido y llevaba un ejemplar de la revista Marie Claire bajo el brazo -una fatídica carta de presentación por mi parte, pero nadie es perfecto-. Mientras viajábamos, estuve escribiendo durante mucho tiempo y luego cerré los ojos. Al llegar a Cracovia, me despedí esquivamente de él, con el total convencimiento de que no le volvería a ver.

Si es que existe el azar, fue él quien quiso que nos volviésemos a encontrar la tarde siguiente, por casualidad. Una tarde bonita, en una calle preciosa de una ciudad hermosísima, Cracovia. Nos sentamos en una terraza de la calle Bracka y bebí con él y sus amigos una de las cervezas más extrañas de mi vida. Me dijo que era músico y editor y, aunque nunca me quedó del todo claro que hacía en Polonia, he de confesar que un americano que aprende polaco me merece bastante admiración. Al día siguiente hubo un tercer encuentro, en esta ocasión menos fortuito; se presentó en mi oficina vestido con su sonrisa perenne y un montón de ejemplares de su revista, Lost in Kraków, bajo el brazo; me miró a los ojos y me invitó a unirme a una fiesta en su casa a la que nunca asistí, incluso muriéndome como me moría por volver a verle. Sonaba a polvo disfrazado de letras y preferí quedarme con la tierna imagen de sus pecas sonriéndome en el tren. Aquella noche, en cambio, le escribí estas palabras que nunca traduje ni le envié:

A veces jugar a perderse es jugar a encontrarse, al menos a mí me ha pasado –me pasa-. A veces, jugar a viajar es jugar a ser víctimas de nuestros propios deseos y sueños perdidos; a veces es imaginar y otras vivir y dejar de sobrevivir. Yo jugaba a perderme cuando decidí venir aquí. Jugaba a perderme de vista incluso. Jugaba a que viajaba a un país que me sonaba muy ajeno y, al mismo tiempo, muy cercano.

A veces Cracovia se vuelve antagónica y escurridiza; sobre todo ahora que el tiempo ya se acaba, que mi tiempo ya se acaba. Hasta ahora mis viajes siempre han tenido fecha de caducidad. Cracovia caduca en mi vida el día siete de octubre y en lugar de conservarla metida en la nevera, he decidido comérmela.

Ha pasado mucho tiempo desde que cambié mi amada Cracovia por mi también amado Madriz (con zeta). Aún así, algunas mañanas al despertar, todavía me pregunto si hice bien regresando y asumiendo mi vida, porque mi vida ¿acaso no era también aquella vida? Todos tenemos muchas vidas, tenemos todas las vidas que queramos vivir. Ésa es la magia de jugar a existir, pero yo con Thymn me planté; me planté antes incluso de tirar los dados, pero no me arrepiento de ello. De eso sí que no me arrepiento.

*No es que quiera hacer apología de la comida basura, pero que bien sienta un quintal de colesterol a veces.

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1 Comments:

Blogger A.J.River said...

Dayana, se me han saltado las lágrimas y te juro que no es exageración...

9:30 p. m.  

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